Después de algunos eventos traumáticos que marcaron mi vida terrestre, comencé a buscar, con toda mi intención, la verdad.
Libros, películas mensajes, personas y sitios de Internet fueron apareciendo en un sincronizado mar de respuestas. Cada descubrimiento, cada avance era una fuente maravillosa de dicha que arropaba tibiamente mi corazón.
Una de las cosas ‘nuevas’ que aprendí fue a pedir. Todas las noches descargaba mis emociones en una libreta, vaciaba allí viejos sentimientos de duda, dolor y miedo para poco a poco transformarlos en dicha, amor y sabiduría.
Escribía preguntas en mi libreta y dos o tres días después recibía respuestas sin fallar. Respuestas que llegaban en todas las formas imaginables, algunas de ellas en experiencias fuera del cuerpo. Todo este nuevo descubrimiento era excitante, maravilloso y me hacía comprender cuan conectada me estaba volviendo con La Fuente, La Sabiduría Universal: Dios.
Después de algunos dos años de estudios y descubrimientos aprendí acerca de ‘La Jerarquía’: conjunto de seres altamente evolucionados que coordinan y procuran el bienestar de Humanidad. Como con algunos de los temas que iba aprendiendo, al principio tenía dudas con la Jerarquía.
Una noche escribí: “Si es cierto que La Jerarquía existe quiero verlos y hablar con ustedes.” Pedí con la seguridad que me daba el haber recibido tantas respuestas anteriormente.
Un amigo mío, con muchísima más experiencia que yo en temas espirituales, me advirtió que La Jerarquía era algo muy sagrado y que mi petición era algo así como un sacrilegio. Un refrán dice que ‘la ignorancia es atrevida’; quizás estaba siendo ignorantemente atrevida, como un niño que pide poder volar al Sol. Me reí con la picardía de una niña traviesa,
— “Nada es imposible si puedes creer”– le respondí.
Dos noches después de haber hecho mi petición, estando mi cuerpo dormido, me encontré flotando en medio del universo.
Como los astronautas que salen al espacio abierto, allí estaba yo, suspendida en el infinito pero sin traje espacial, sin nave, sin conexión con nada; rodeada de paz y quietud. Millones de estrellas parpadeaban a lo lejos. No era un sueño, estaba conciente de estar despierta. Tan pronto me di cuenta de que, no solo estaba fuera de mi cuerpo sino fuera de la atmósfera terrestre, mi alma se regocijó y me invadió la dicha. Desbordante de gozo, supe, sin lugar a dudas, que era la respuesta a mi petición; supe que estaba viviendo mi experiencia mística más grandiosa hasta ese momento.
Sentí una presencia hacia mi lado derecho y gire unos 15 grados en esa dirección. Allí, frente a mí, también flotando, como a unos 50 o 60 pies de distancia, había una diosa blanca. El ser más hermoso que jamás haya yo visto; completamente hecha de Luz, una luz divinamente cálida. Detrás de ella, flotando en el espacio había una cortina enorme, semejante a un telón de teatro hecha de hermoso terciopelo negro. Luz brillante se podía ver detrás de la cortina saliendo por todos los bordes.
Emocionada me acerqué a la hermosa diosa. Mientas iba llegando, observé con más detalle como toda ella: su rostro, su pelo y su hermoso vestido largo estaban hechos de la misma suave y tierna luz. Me acerqué a menos de 3 pies; impulsivamente quise acariciarla pues estaba fascinada ante tanta perfección… sin hablarme me miró y me sonrió. Comprendí, telepáticamente, que no debía tocarla; detuve mi impulso pues no quise ‘contaminarla’. Su rostro era perfecto; majestuoso diseño de suaves y hermosas facciones, una mezcla oriental e hindú. No existe en la tierra un semblante tan armonioso.
Detuve dentro de mí un suspiro de admiración cuando pude ver los delicados rayos de luz que salían de su cabeza y hombros. Me di cuenta que esa luz es la que intentan pintar los artistas en los cuadros de santos; esa luz, son las alas y las aureolas. “Es imposible,”—me dije—“no hay manera de llevar esto al lienzo”.
Mientras me acercaba escuche música de un tipo que no existe en la Tierra, notas que jamás había escuchado. Entendí el concepto “música celestial”, también imposible de describir o duplicar.
— Hola, ¿como te llamas? –le pregunté aun conteniendo los deseos de acariciarla.
Sin mover sus labios, escuché su voz–notas musicales– en mi mente. Dijo su nombre: una melodía. Comprendí que era eso, su nombre; intenté repetirlo en mi mente pero no pude. Esos sonidos no existen en ninguno de nuestros idiomas.
— ¿Puedes repetirlo, por favor? –quería estar segura, quería aprender bien su nombre; de alguna manera su nombre sería la evidencia de mi experiencia. En aquel momento esta idea era perfectamente lógica.
Sin molestarse conmigo, lo repitió lentamente. Otra vez no encontré sonidos humanos con los que yo los pudiera comparar, pero ella me envió la idea a mi conciencia de que su nombre se traducía “Duchess” o Duquesa en inglés pero con un fuerte sonido ‘t’ en el centro: “Dutchess” — repetí en mi mente intentando guardarlo como un tesoro. “Dutchess, Dutchess” –no quería que se me olvidara.
— ¿Quién eres? — le pregunté, otra vez me detuvo con una sonrisa.
—Tu oración ha sido escuchada. — dijo en mi mente.
Sonreí emocionada y miré la luz que salía por detrás del ‘telón’, luz que no podía ser del todo contenida, y dejaba filtrar pequeños rayos a través del tejido aterciopelado, semejando las estrellas que nos rodeaban. Supe sin lugar a dudas que la intensa luz era generada por La Jerarquía, si Dutchess brillaba así, ¡cuanto más lo harían Los Jerarcas!
Sentí Su Presencia, su intenso Amor, su compasión y supe que estaban atentos a nuestra ‘conversación’; de alguna manera sentí que me reconocían y saludaban. Me sobrecogió una fuerte emoción.
— ¿Puedo verlos? — pregunté impaciente a Dutchess.
—No es posible — me respondió amorosamente — en tu estado actual no te es posible verlos. Si lo hicieras no podrías resistirlo, tu cuerpo físico se desintegraría y tu tiempo en la Tierra aun no ha terminado. Aun tienes trabajo por hacer.
— Comprendo — respondí recibiendo su amor y dejando que me envolviera. Sentí también el amor que los Jerarcas me enviaban desde detrás del telón.
No sentí desilusión, comprendí que me protegían. Me sentí muy privilegiada de que se hubiera tomado el tiempo de hacerme saber que había sido escuchada.
— Debes saber que eres muy amada — continuó Dutchess y volví sentir olas de amor arropándome — conocemos tu corazón y sabemos cuanto te esfuerzas por aprender, estás creciendo y lo estás haciendo muy bien.
Me sentí muy orgullosa de mi misma, como una niña pequeña que hace su primer dibujo o aprende a leer por primera vez y es felicitada por sus padres.
— Tienes muchas cosas que hacer aun en la Tierra, tu trabajo es importante. — Me dijo a modo de despedida.
Yo no quería que aquello terminara.
— No te vayas — le pedí mientras era halada desde atrás de regreso a la Tierra.
—Es todo por ahora — me dijo mientras yo me alejaba sin desearlo — Sigue estudiando y esforzándote. Termina tu trabajo.
Desperté en mi cama, mi corazón latía con fuerza. Me sentí llena de energía. Lloré de felicidad y di gracias en voz alta.
Por los siguientes 4 o 5 días, sentía que caminaba y no tocaba el piso. La sensación de estar flotando se mantuvo en mí y constantemente tenía que mirar al suelo para asegurarme de que estaba ‘anclada’ a la tierra, lo estaba solo en cuerpo.
Cuando le narré a mi amigo mi experiencia, me creyó y me dijo,
— Eres muy bendecida, no tienes idea de lo que se te ha concedido.
Sí, sí la tengo.